
Volcán Villarrica: el guardián de fuego y hielo en La Araucanía
En el corazón de La Araucanía, se alza imponente uno de los paisajes más icónicos del sur de Chile: el volcán Villarrica, conocido en mapudungun como Rucapillán, que significa “casa del espíritu”. Su silueta cónica y perfecta se ha convertido en la gran postal de la región, cautivando tanto a visitantes como a quienes lo contemplan desde los pueblos y lagos que lo rodean.
Con 2.847 metros de altura, este volcán activo se ubica dentro del Parque Nacional Villarrica. Su cima guarda un cráter de aproximadamente 200 metros de diámetro, en cuyo interior descansa un lago de lava permanente que regala un espectáculo único: por las noches, el resplandor rojizo se deja ver a kilómetros de distancia, recordando la fuerza viva que late en su interior.
El Villarrica no solo es fuego; también es hielo. En su cara sur se extiende un glaciar de más de 40 km², un contraste sorprendente que lo convierte en uno de los escenarios naturales más asombrosos de Chile. Su historia eruptiva ha acompañado a la región por siglos, con registros que datan desde el siglo XVI y episodios más recientes, como la erupción de marzo de 2015.
Pero este volcán no es solo un espectáculo geológico: es también un imán para los aventureros. En verano, más de 15.000 personas de distintas partes del mundo emprenden la travesía hacia su cráter, recorren sus cuevas volcánicas o exploran sus faldeos en cabalgata. Y cuando llega el invierno, sus laderas se transforman en un paraíso blanco para los amantes del ski y el snowboard, gracias a su moderno centro de montaña y sus siete andariveles en plena cordillera.
El Villarrica, con su mezcla de fuego, nieve y tradición, no es solo un volcán: es un símbolo vivo de La Araucanía, un lugar donde la naturaleza se manifiesta en su máxima expresión.